Ya cuando la anguila morena me obligó a trepar a un árbol, nuestra caminata por la pequeña isla había demostrado ser mucho más salvaje de lo que esperábamos. Se había deslizado fuera del agua para perseguir a un veloz cangrejo por la playa coralina cuando empezó a ir tras el dedo gordo de mi pie. Salí corriendo de la playa y me subí al tronco de una palmera. Al perderme de vista, la anguila decidió que el cangrejo le serviría como una buena comida después de todo. Mientras observaba cómo se alimentaba, me puse a contemplar cómo seguir mi camino: por el agua a la altura de los muslos sobre corales resbaladizos o hacia el interior de la isla a través de una densa mata de arbustos.
Mi amigo Behan y yo salimos a la mañana a dar un paseo por la playa para ver un barco de pesca naufragado en el extremo de Ile Takamaka en el Atolón Salomón del archipiélago de Chagos. En el trayecto podríamos observar aves y tal vez encontrar dónde estaban algunos de los gallos silvestres que habíamos oído cacarear todas las mañanas. Estas aves son todo un misterio – no tenemos idea cómo sobrevivieron (e incluso prosperaron) en los casi 50 años desde que la población local fue expulsada. A la mitad de nuestra caminata, mientras estábamos absortos viendo un par de aves tropicales, la marea comenzó a subir y nuestra tranquila caminata se convirtió en una expedición.
Para los amantes de la navegación, el atolón Salomón es una parada mítica. Se encuentra en el norte del Territorio Británico del Océano Índico (BIOT, por sus siglas en inglés), una enorme región donde hay seis atolones y más de 1.000 islas. Fuera del radar de la mayoría de la gente, la isla más conocida del territorio se encuentra a 100 millas al sur: Diego García es un atolón que alberga una base naval estadounidense que pasó a la infamia cuando fue identificada como un posible sitio negro de la CIA.
En la actualidad, se necesita prueba de evacuación médica, seguro de retiro de embarcación y un monto considerable para conseguir un permiso para yates de 28 días de extensión. Pero en años anteriores, las embarcaciones podían permanecer en Chagos por meses y meses. Las tripulaciones viajaban entre fondeaderos con buenas condiciones climáticas como el de Ile Takamaka con su abundancia de aves, delfines y mantarrayas así como el antiguo asentamiento en la Isla Boddam, con sus pozos y, lo que en su día fueron, florecientes jardines y huertas. Cada semana, o alrededor de cada semana, el barco del Territorio Británico del Océano Índico pasaba a recoger la basura y un pago simbólico. Todo lo que se esperaba de los barcos cruceros era un espíritu aventurero y un poco de autosuficiencia.
En tanto 28 días no es una estadía ilimitada, aún así es mejor opción que la que tienen los chagosianos. En la década de los sesenta, Gran Bretaña y los EE.UU. llegaron a un despreciable acuerdo para «esterilizar» las islas y construir una base en Diego García. Durante la siguiente década, los entre 2.000 y 2.500 isleños, personas que habían comenzado en 1790 como trabajadores esclavos de plantaciones de coco, que se desarrollaron para convertirse en una cultura única y permanente, fueron expulsados.
Algunos habían viajado 1.200 millas a la Isla Mauricio en búsqueda de atención sanitaria o en una expedición anual de compras cuando descubrieron que, a la hora de regresar a Chagos, habían sido abandonados en los muelles. Se les dijo que no había embarcaciones disponibles y que no podían regresar a sus hogares. Nunca más. Otros fueron forzados a irse. Se cerraron las plantaciones y se dejó a los isleños sin trabajo. Se detuvo el flujo de mercadería a las tiendas, las cuales se fueron vaciando, cayó la asistencia a la iglesia y se cerraron las escuelas. Finalmente, llegó un barco y lo que quedaba de la población local fue arreada a bordo. Los chagosianos fueron trasladados a las islas de Seychelles y Mauricio donde desde entonces han estado peleando batallas legales para regresar.
Es extraño que se nos permita utilizar la nación de un pueblo exiliado como nuestro propio parque tropical de juegos. Mientras los chagosianos esperan para ver qué ocurrirá con sus reclamos, rodeamos Takamaka; avanzando entre troncos y caminando por el océano (ahora con una profundidad hasta los mulsos) impresionados con la riqueza del lugar. Cada pileta formada por la marea tenía un tesoro: un criadero lleno de pequeños tiburones punta negra recién nacidos, una laguna con media docena de tortugas y resplandecientes escáridos de color turquesa que se movían a toda velocidad por las aguas poco profundas. Además, en cada árbol se encontraban docenas de nidos de aves marinas: había pichones de alcatraz de Nazca, golondrinas de mar, charranes y fregatas dispersos en las alturas.
A medida que subía la marea, nos adentramos en la isla. Aún con calzado reforzado y un machete es difícil atravesarla – el follaje es denso e impenetrable. Y hay cangrejos cocoteros lo suficientemente grandes como para cazar ratas. Pero también hay increíbles higueras de Bengala de muchos años y misteriosas arboledas abiertas que alguna vez deben haber sido parte de los trabajos de la isla. En varios lugares encontramos viejas botellas e incluso una esfera rota de un viejo flotador de vidrio para pescar. Varias veces volvimos a salir a la playa con sus pequeños trozos de corales rojos y azules, y desde donde podíamos ver nuestras embarcaciones a la distancia. Pero luego la costa retrocedía y daba lugar a aguas profundas y agitadas lo que nos obligaba a introducirnos en la selva nuevamente.
Un par de horas luego de comenzar nuestra caminata alrededor de Takamaka, volvimos a nuestro bote inflable y regresamos a nuestras embarcaciones. Antes de sacarme la arena de los pies, ya había comenzado a planificar mi próxima aventura. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pudimos permanecer en un fondeadero hasta que nos cansáramos. Contrario a las paradas forzadas donde debíamos esperar que el tiempo mejorara o que llegaran repuestos para el barco – nos quedamos en Chagos porque es uno de esos lugares a los que algunos navegan alrededor del mundo para llegar. Su trágica historia le da un aire de gravedad e importancia. Si los navegantes dejaran de venir y dejaran de compartir la historia de Chagos, los chagosianos perderían una voz más en su lucha por la justicia. Pero más que nada, visitamos el lugar por su simple y abundante belleza. Es lo más parecido a un paraíso tropical que se puede tener en este mundo moderno.
En 2010, se creó una zona marina protegida (MPA, por sus siglas en inglés) que cubre las aguas territoriales del archipiélago de Chagos. El motivo de su creación fue un tanto cínico; la zona ambiental que prohíbe la pesca es aún otro obstáculo para que los chagosianos puedan regresar. No obstante, el resultado es el restablecimiento de las poblaciones de peces, tiburones y aves marinas, y un arrecife que es considerado uno de los más inmaculados del mundo.
Una vez, haciendo buceo de superficie nadamos muy placenteramente con una tortuga y con la atención de un cachorro de un pequeño y curioso tiburón punta negra. Mientras nuestra hija Maia nadaba y buceaba con la tortuga, que regresaba una y otra vez en lugar de asustarse e irse, quedamos hipnotizados por el color que nos rodeaba: corales verdes lima fluorescentes, rosados, violetas y azules brotaban como flores salvajes del fondo del mar, cada uno con un matiz más extraordinario que el anterior.
Muchas veces en nuestros viajes hemos visto el resultado del blanqueo de corales que los deja totalmente blancos, desmoronados o cubiertos por algas. Pero este primer paso breve , que ocurre luego de que los animales coralinos expelen las células de las algas (zooxantelas) que normalmente viven en sus tejidos, es menos conocido. Para comprender mejor lo que estaba ocurriendo (e informar lo que estábamos viendo) contacté al Territorio Británico del Océano Índico. Aprendí que en los corales saludables las algas reciben el pigmento de la clorofila que utilizan para la fotosíntesis, otorgándoles así un color verde oscuro, marrón, beige o amarillo. Pero cuando se expelen las algas, queda a la vista su esqueleto de caliza blanca. Y durante un breve período de tiempo, un coral con pigmentos fluorescentes puede parecer verde lima, violeta, rosa, rojo o azul.
Los investigadores marinos estuvieron en el Territorio Británico del Océano Índico en marzo y abril de 2015. Durante su primer viaje en abril, sus informes fueron muy positivos – no había señal del blanqueo que ha estado barriendo el Pacífico y las temperaturas del agua estaban en un rango saludable de 25-29° C. Pero hacia fines de abril, las temperaturas del agua habían aumentado a 30-31° C (lo suficiente como para estresar el coral) y ya estaba llevándose a cabo el evento de calentamiento (y blanqueo). En junio, que es cuando estuvimos ahí, el coral tenía tonalidades psicodélicas y solo el tiempo podría decir cuánto del arrecife sobreviviría.
De vuelta en Ile Boddam, en uno de nuestros últimos días, utilizamos un machete para cortar las malezas a través de la jungla en búsqueda de las viejas cabañas derrumbadas de la aldea, la escuela abandonada y la iglesia en ruinas. Chagos pareciera ser lo más lejano que uno puede estar de los problemas del mundo y aún cuando nos deleitábamos con su belleza, era imposible no notar su fragilidad. En un punto de nuestra caminata encontramos el viejo sendero hacia el cementerio donde el tiempo borró las inscripciones de casi todas sus lápidas. Mientras permanecí en ese placentero lugar, decidí hacer la promesa de compartir la historia de Chagos.
Para más información acerca de los chagosianos visite www.chagossupport.org.uk
Para más información sobre los viajes al Territorio Británico del Océano Índico visite: https://www.gov.uk/government/publications/biot-laws-and-guidance-for-visitors
Información adicional sobre la Zona Marina Protegida: http://chagos-trust.org/